viernes, 17 de junio de 2016

MARISA VILLARDEFRANCOS, ESA “MUCHACHA IGNORADA”

Hoy apenas se la recuerda, pero en los años 50 su novela “Los  amores del teniente Jefferson”, en Radio Madrid, fue un éxito radiofónico, y Luis Sánchez Polak, Tip, participó en 1949 en el Teatro Alcázar, de Madrid, en la comedia infantil El arpa mágica de Amal, obra original de Marisa Villardefrancos. Wenceslao Fernández Flórez le dio la primera oportunidad siendo una adolescente de 16 años.

Nació, según el Registro Civil[1], el 11 de octubre de 1915, “en su domicilio del lugar de Marzán de abajo”. Hija de Luis Villardefrancos Calé, natural de La Coruña, de 36 años, empleado [del ayuntamiento], domiciliado en la parroquia de Santa Eulalia de Vedra, y de María de los Dolores Legrande Camino, de 29 años, maestra de instrucción primaria, natural de Santiago y vecina de la parroquia de Vedra.

(Nieta por línea paterna de Gumersindo Villardefrancos Pardo de Andrade, natural de Oleiros, difunto, y Dolores Calé Sanjurjo, mayor de 60 años, natural de Sada, vecina de Coruña. Por línea materna, es nieta de Andrés Legrande Fuentes, mayor de 60 años, y de María Camino González, difunta, ambos naturales de Santiago).

Según Argimiro González Neira[2] en carta de 27 de octubre de 1990, Marisa “era hija del que fue secretario de este ayuntamiento [de Vedra], D. Luis Villardefrancos Calé, que desempeñó dicho cargo desde noviembre de 1911 a mayo de 1916. Nació precisamente en la Casa Consistorial antigua, que fue demolida en el año 1980 y donde ahora se levanta la nueva. En aquel entonces correspondía al lugar de Marzán de abajo pero, a partir del año 1925, se desgajó parte del mismo y el centro o capitalidad del municipio de Vedra lleva el nombre de “Avenida del Maestro Manuel Gómez Lorenzo”. Recuerdo habérselo oído a mis padres y a otras personas que el padre de la escritora marchó de aquí creo que para la administración del Hospital Psiquiátrico de Conjo, en Santiago, o algo así. Don Luis, aparte del dato que me cita de la revista Galicia en Madrid [3], fue un escritor del que recuerdo de muy pequeño leer artículos muy interesantes en aquella gran revista “Blanco y Negro”…Aún existen algunas alumnas de su madre Doña Dolores”.

En la revista Chicas (nº 42) del 15 de abril de 1951, su compañero de redacción Víctor Andresco le hace a Marisa una entrevista. En ella relata que sus primeros cuentos datan de los 7 años y que el primero publicado es “La tragedia de un reloj”, en la revista “Galicia en Madrid”[4]. Sobre su infancia, cuenta: “era una niña tremendamente imaginativa y bastante delicada de salud. Mi ocupación predilecta y mi gran pasión era la lectura. Aprendí sola a escribir, copiando caracteres de imprenta. Y cada vez que soñaba despierta…lo escribía. Mi primer cuento apareció cuando yo tenía dieciséis años. No me hizo mucha gracia ver mi nombre impreso; yo escribía para mí, para satisfacción personal. Después, ya sabes, Fernández Flórez dijo que yo poseía ternura para escribir y me aconsejó que me dedicase a la literatura juvenil…”.

En 1944, año en que muere su madre Mª Dolores Legrande Camino, a los 56 años[5], publica en la editorial Escuela Española “Érase que se era”. En la dedicatoria, dice: “A mi hermana [Gloria], que aprendió a leer en mis cuentos y a soñar en mis fantasías”.

En Lluvia de estrellas, de 1948, escribe: “Quiero dedicar este libro a una humilde Maestra Nacional…A la memoria de mi madre, maestra…”.


Enrique Martínez Peñaranda dice en su ensayo Marisa Villardefrancos y los años de la Radio (Arbor, Madrid, CSIC, mayo-junio 2006) que la protagonista de El grumete Tizón, una niña inválida [Amor], “tal vez sea su primer autorretrato literario”. Publicado por Gilsa en 1949, recoge: “Hacía muchos años que Amor, de una parálisis infantil, yacía en aquella posición. Además era muy débil y los médicos le recetaron aires de mar. Primero vivió en Valencia, frente al azul Mediterráneo. Ahora la trajeron al Norte y ante el salvaje Cantábrico se sentía más distraída. Cuando no miraba al paisaje, leía cuentos; cuando no, recortaba, jugaba con sus muñecas encima de su camita o discurría ella misma historias…Era admirable ver aquella niña, que no tenía casi contacto con el mundo y que vivía en un ambiente de fantasía, de príncipes y princesas de cuento que ella creaba…”.

En Mariló, nº 158, de 1957, en una entrevista, explica: “Yo me di cuenta de que era más débil que las demás niñas; comprobé que sus juegos me cansaban y, entonces, quise aventajarlas en algo y aprendí a leer… A los cinco años, después de sufrir el ataque de parálisis, ya sabía escribir. Al poco tiempo, empecé a narrar cuentos…”.


En 1956, dedica a su padre, “amigo, colaborador y consejero de todos mis trabajos”  su libro Niños en la Historia. Una Historia de España para el alumno y el maestro. Ilustrado por ella misma, lleva un prólogo, “prologuillo”, de Wenceslao Fernández Flórez. “Conocí a la autora cuando ella era una adolescente, y entonces me dio a leer algunos cuentos de encantadora fantasía, que ella ilustraba también…”.

La cumbre de Kichinjunga, en 1960, es la última novela que publica en Ediciones Cid (antes GILSA). A partir de 1961 lo hace en las varias colecciones de la editorial Bruguera. “Había firmado un contrato con Bruguera que la obligaba a escribir no sé cuántas novelas al mes, tres o cuatro, creo”- cuenta Vicente Maciá, vecino de San Vicente del Raspeig. De 1961 son, por ejemplo: Bajo la flor de Mei, El hombre que no sabía amar, El hombre silencioso, El velo azul, La llamada del mar, La muchacha ignorada, La rosa cortada, o Su única mentira.

HISTORIA DE ESTE ARTÍCULO 

Las novelas de Marisa Villardefrancos eran unas de mis preferidas de la colección Chicas, que mi madre coleccionaba desde los años 50.

En los 80, mientras estudiaba Periodismo en Madrid, acudí a la Biblioteca Nacional, a la Hemeroteca y a la Sociedad General de Autores, en busca de información. Hablé entonces con Consuelo Gil Roësset (+1995) y con Carmen Anadón, con Borita Casas…

Con las notas incluso fui a una editorial, no recuerdo a cuál, a ver si podían estar interesados en su publicación.

Más tarde, contacté en 1990, en Vedra, con Argimiro González Neira, quien me mandó algunos datos que había recopilado, así como  el certificado de nacimiento de Marisa.


Pero no fue hasta que encontré en El hilo azul, de Gustavo Martín Garzo, el artículo El caballero de los brezos, que me puse a buscar en internet y a recuperar mi carpeta de apuntes.

Navegando por Internet

Estrella Cardona Gamio cuenta que  conoce a Marisa en la infancia a través de la revista Mis Chicas; luego, en la adolescencia, la descubre en la cadena SER donde escucha tres novelas suyas [Almas en la sombra, El brezal de las nubes y El caballero de los brezos]. Pero es con la llegada de internet cuando se pone a buscar y descubre obras descatalogadas y referencias a sus libros, pero nada de su biografía. Escribe un artículo sobre ella para Ciudad Letralia, revista en la que colabora, a principios de 2007 y, en marzo de 2008, recibe un correo electrónico de alguien que la conoció, Vicente Maciá Hernández. Este, además de datos de primera mano, le proporciona un enlace sobre un trabajo de Enrique Martínez Peñaranda [Marisa Villardefrancos y los años de la Radio. Arbor, Madrid, CSIC, 2006].[6]

Algunos de sus chicos

Vicente Maciá Hernández. Vecino de San Vicente del Raspeig, relata: “La primera vez que vi a Marisa yo era un chico de apenas 20 años [1965]; fue una tarde de sábado a eso de las cuatro en su apartamento. Fue todo un shock…Una enfermedad le había deformado el cuerpo…A partir de ese día mi contacto con Marisa fue casi diario…Fue la persona que me hizo maduro en el sentido espiritual…Con ella empecé a conocer a Platón, a Aristóteles, a Kant, a San Agustin, a Teilhard de Chardin, a Kierkegaard, a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz…”.

Manolo Tarazona. En 1967, Marisa le dedica Un día cualquiera. “A Manolo Tarazona, uno de mis antiguos muchachos. Hace años te prometí escribir un libro que enseñase a la juventud cómo vivir noblemente cada momento de un día cualquiera. He procurado hacerlo. Tú dirás si lo he conseguido”.

Las trenzas de Madame Blanchard


La escribe en 1969 para Bruguera. Desde el principio, no sé por qué, uní en mi cabeza a Marisa Villardefrancos y a María Blanchard. Dos artistas dolientes a las que luego añadí los dibujos en verde y azul de Asun Balzola, o a Soledad Puértolas y su relación con la enfermedad. (En una ocasión, escribí: “A Soledad Puértolas siempre la veo en los colores verde y azul, como una ilustración de Asun Balzola. Me recuerda a otras artistas dolientes como María Blanchard o Marisa Villardefrancos…”).

Muerte de Marisa Villardefrancos

Marisa Villardefrancos murió el 20 de junio de 1975 en el hospital de San Vicente del Raspeig, Alicante. “La enterramos en [el cementerio de] San Vicente…En su lápida puse simplemente su nombre, fecha de su defunción y una leyenda que creo resumía su vida: VIVIÓ PARA LOS DEMÁS”- cuenta Vicente Maciá a Estrella Cardona.

SABER MÁS

En el teatro


El día 8 de mayo de 1949, en la que es la última función de la temporada1948-1949, se representa en el Teatro Alcázar El arpa mágica de Amal, una comedia infantil en cuatro actos, original de María Luisa Villardefrancos. Luis Sánchez Polak, Tip, hace de Selim, y su hermana Gloria Villardefrancos es una de las princesas[7].

La temporada 1949-1950 se celebra en el Teatro Albéniz. María Luisa Villardefrancos aporta el cuento fantástico en ocho cuadros El milagro de Nochebuena. En el Albéniz tiene lugar también la temporada 1952-1953. Se representa La princesa del salón secreto, un cuento fantástico en 6 cuadros.

El repertorio del Teatro de Monigotes incluye como originales de Marisa Villardefrancos, además de El arpa mágica de Amal, La princesita fea, Milagro de Nochebuena, y La princesa del salón secreto. Otras son en colaboración con Antoñita la Fantástica (Borita Casas).

En la radio

Radio Madrid, Radio España y Radio Intercontinental acogerán los capítulos de varias obras de Marisa Villardefrancos.


El 4 de julio de 1955, a las once y cuarto de la mañana, serán Los amores del teniente Jefferson, en Radio Madrid. Matilde Conesa interpreta a Helen Jefferson, Luis Durán a Andrés Tarnovitch y Joaquín Peláez a Steed Jefferson, con el fondo musical de Rapsodia sobre un tema de Paganini.

Marisa Villardefrancos, Chicas y Santander


En la revista número 54 del 24 de junio de 1951, se dice en la página 42:  “Entre la multitud de lectoras [en la caseta 47, la de GILSA, de la Feria del Libro de Madrid] recuerdo haber visto a la gran propagandista de CHICAS en Santander, Lolita Planes…”.
Una de sus novelas, Papaíto, en la colección Ardilla, publicada en 1954, tiene como trasfondo el incendio de Santander de 1941.





[1] Certificación Literal de Inscripción de Nacimiento.
[2] En 1990 tenía 64 años y había estado como Oficial 1º del Ayuntamiento de Vedra desde el año 1938.
[3] Luis Villardefrancos es redactor- jefe de la revista Galicia en Madrid en el número 4 del 1 de abril de 1932.
[4] En el número 20 de agosto de 1933, con 16 años, publica Marisa “La tragedia de un reloj”, ilustrada por ella misma.

[5] Esquela de Mª Dolores Legrande Camino, aportada por Carmen Anadón.
[6] En 2001, había publicado en Ediciones Robel, Madrid, el ensayo La luminosa lucha de Marisa Villardefrancos.
[7] El programa se inicia con el entremés de Borita Casas Antoñita come almendras y sueña cosas tremendas. En el intermedio, actúan Tip y Top y se sortean muñecas, Mariló y Anita Diminuta, y libros de la editorial Gilsa.

viernes, 3 de junio de 2016

ELENA FORTÚN EN CANTABRIA

La creadora de Celia pasó un tiempo en Torrelavega y Santander. Ahora, aprovechando la reedición de Celia en la revolución, recupero un escrito de 2003.
Mil gracias a Esperanza Fernández Abella por su amabilidad.

Lo cuenta Marisol Dorao, profesora universitaria y escritora, en su biografía “Los mil sueños de Elena Fortún”, publicada en 2001 en Alboroque Ediciones.


En el verano de 1916, aconsejada por el médico naturista que atendía a la familia, el Dr. Ibarra, Elena Fortún viaja a Santander con sus dos hijos, Luis, de 6 años, y Bolín, de cinco. Ella tenía treinta y uno.

“Las aventuras de aquel verano, cogiendo conchas, caracolas y cangrejos, perdiéndose en una barca y quedándose aislados en una roca a la subida de la marea, las contará Encarna (Encarnación Aragoneses Urquijo era el verdadero nombre de Elena Fortún) más tarde en “Celia y sus amigos” y en “Celia en el mundo” – escribe Dorao.

Ella misma, con algo más de diez años, en 1897, y debido a su frágil salud, había acudido con su madre, Manuela (Urquijo),  a los baños de ola de El Sardinero. Entonces se alojaron en una fonda familiar en la  hoy Avenida de los Hoteles, el Hostal París.


En 2003, el ahora Hotel París sigue siendo un negocio familiar (ya seis generaciones), que abre solo la temporada de verano, del 1 de julio al 30 de septiembre, dirigido por  Esperanza Fernández Abella tras la muerte de Pilar Fernández Martín, su anterior gestora.

“El dueño de la fonda tenía dos hijas un poco mayores que Encarna a quienes la niña admiraba muchísimo porque salían con chicos y hablaban de trajes y de modas, y la niña creía entrar con ellas en un mundo mágico de fantasía.
Un domingo por la mañana en que su madre (que, como de costumbre, no se encontraba bien) se había quedado en la cama, Encarna, sentada en el mirador, vio pasar a las dos hermanas, que la llamaron:
-       ¿Quieres venir a misa con nosotras?
-       Bueno...
Fueron a la ermita de San Roque, sobre un peñasco que dividía dos playas. Como era temprano, solo estaban en misa las criadas de los hoteles y algunas viejecillas. La luz lechosa de la mañana nublada entraba por los ventanales, y la pequeña iglesia, a aquella hora, estaba blanca y pura como una perla...
Las tres niñas se fueron hacia delante, y se arrodillaron en el primer banco, pegadas a la barandilla del altar. Cuando salió el sacerdote y comenzó la misa, Encarna, que se había puesto a rezar, se sintió de pronto llena de un dulce bienestar que parecía levantarla en el aire: ya no estaba de rodillas en el suelo, sino arriba, a los pies de la virgen, en lo más alto del altar, rodeada de una luz blanca y purísima...
Sentía los párpados pesados...le costaba abrir los ojos...empezó a oír hablar a lo lejos, y luego las voces se fueron acercando...
Cuando por fin pudo abrir los ojos, se encontró en la puerta de la ermita rodeada de personas que le daban aire, y oyó decir:
- ¡Se ha puesto mala, se ha puesto mala!”.

TORRELAVEGA, 1917-1919

En 1917, a su marido Eusebio de Gorbea, militar, le conceden el reemplazo a Torrelavega. La madre de Encarna había muerto en febrero y a ella le horrorizaba la idea de quedarse en Madrid. Por otro lado, los niños estaban continuamente enfermos y quizá un cambio de aires les sentara bien. Cecilia, hermana de su amiga Mercedes y casada con un santanderino, Manuel Martín de la Escalera, le había dicho que en Torrelavega había muy buenos colegios para niños y el ambiente allí, un pueblo, tenía por fuerza que ser más sano que el de Madrid.

“La ilusión del principio se desvaneció enseguida: no encontraron colegio para los niños, que se pasaban todos los días metidos en casa...A pesar de todo lo que le habían hablado de los colegios tan buenos de Torrelavega, Encarna no había encontrado más que dos opciones: o colegios religiosos, “con capilla, cura y enseñanza religiosa a todo trapo” o las escuelas laicas de las sociedades obreras y republicanas, con un aspecto de cosa política y socialista que le parecían aún peor que los otros” – relata Marisol Dorao.

Por otro lado, estaba el tiempo. El 8 de noviembre de 1918, le escribe a Mercedes, su amiga canaria: “Aquí no deja de llover: hace dos meses que no vemos el sol dos días seguidos. Con esto, la epidemia de gripe, sigue, y nosotros a ratos estamos muy abrumados y muy tristes y con ganas de escapar. Eusebio reclama contra las tierras del norte, tan húmedas y tristes, y a veces pensamos si sería mejor volvernos a Castilla...”.

Eso hacen. A finales de febrero de 1919, a instancias de Eusebio, el Capitán General de la Sexta Región le concede autorización para trasladar de nuevo su residencia a Madrid.

SANTANDER, HOTEL PARÍS, 1921


Sin embargo, volverán otra vez, de vacaciones, en el verano de 1921 (vendrán sin su hijo pequeño Manuel, Bolín, que había muerto a los diez años, de una encefalitis letárgica, en abril de 1920):  “ Primero fueron a Torrelavega, pero no se quedaron porque en la fonda no había manera de seguir el régimen vegetariano que estaban haciendo y, como Cecilia, la hermana de Mercedes, estaba en Santander, fueron allí, alojándose en el Hotel París, que Encarna ya conocía, y donde sí les podían hacer el régimen”- cuenta Marisol Dorao.

ELENA FORTÚN ESTUVO AQUÍ: NIÑA, DE 1897 a 1899. CASADA, EN 1921 

En diciembre de 2003, ya con todo el hotel recogido, quedo con la actual directora del hoy (2016) Hotel París, Esperanza Fernández Abella. Juntas, miramos los libros de los primeros tiempos del hotel.


Encontramos la primera anotación el 19 de julio de 1897: Manuela Urquijo [madre de Elena Fortún], casada, profesión: su casa, procedente de Madrid.

Entonces regentaba el hostal Felipa Brera, su bisabuela, viuda de Cayetano Martín, y con dos hijas: Pilar y Concha Martín Brera, las dos niñas con las que Encarna va a misa a la ermita de San Roque.

El nombre de la madre de Elena Fortún, Manuela Urquijo, vuelve a aparecer el 24 de julio de 1898, junto a la edad de 50 años, así como el 20 de julio de 1899.


Luego, no aparecen nuevos asientos familiares hasta el verano de 1921: El 21 de agosto, concretamente, a nombre de Eusebio Gorbea, marido de Encarna/Elena Fortún, “y familia”. Se quedarán casi un mes, hasta el 18 de septiembre.

En el libro donde se anotan las comidas, el 19 de agosto consta la anotación: “Cenar Don Eusebio Gorbea, Sra. e hijo”. Al lado, el número de la habitación, la 51 (hoy, la 223), el número de días (30), el precio (27 ptas. por cena, 9 pesetas cada uno), y el total (810 pesetas, unos 5 euros de hoy).



ALGUNAS REFERENCIAS A SANTANDER Y TORRELAVEGA EN SUS LIBROS


En Celia, lo que dice, el primero de la serie, publicado en 1929, cuenta “Este año hemos venido al Sardinero, y todo el día estamos en la playa”... “Bajando, bajando llegaron a un bosque de hongos tan altos como Piquío...” – relata Celia  al corro de amas y niñeras.

Más adelante, en el capítulo “El baño y el bañero”, comenta: “Papá me llevó una tarde de paseo en el coche hasta Torrelavega”. Las ilustraciones de Molina Gallent salpican el texto con dibujos playeros.