jueves, 31 de octubre de 2013

ISAK DINESEN, LA QUE RÍE, A TRAVÉS DE SUS ENTREVISTAS Y DE SU HERMANO THOMAS


La editorial Confluencias acaba de sacar dos pequeños textos acerca de Karen Blixen, o Isak Dinesen, como es conocida en el mundo literario. Se trata de Conversaciones con Karen Blixen (en España, titulado Karen Blixen. Ser fiel a la historia) y Mi hermana Tanne, por Thomas Dinesen.

El primero recoge 7 entrevistas entre 1937, año de publicación de Out of Africa/Memorias de África, y 1962, año de su muerte, reunidas por Else Brundbjerg en el año 2000.

El segundo son los recuerdos de uno de los hermanos menores de Karen (Tanne, como era llamada familiarmente), Thomas, apoyándose en su diario  (que escribe desde los 15 años) y en las cartas que conserva.


Además, incluyo algunas opiniones sacadas de sus Cartas de Dinamarca, que no incluí en el post anterior.

La importancia del sentido de humor. “Adoro las bromas, me encanta el humor”.

Parece que viene de lejos y era considerado un valor por la familia.

Thomas, siete años menor que Karen, al reconstruir la historia familiar, dice de la abuela materna: “Mama siempre hablaba de su propia muerte de un modo divertido…Cada vez que [tía] Lidda venía a Folehave sacaban su testamento y lo leían en voz alta para ver si había algo que cambiar…Siempre era una fuente de constante humor y risas”.

“Los daneses no hacen más que hablar del buen humor que tienen…Pero  muchas veces he podido experimentar que se empeñan en tomarme “en serio”, incluso cuando no es esa mi intención; que no quieren jugar conmigo a los juegos con los que me gusta divertirme”-le confiesa Karen a Birthe Andrup.

Karen califica Siete cuentos góticos, un libro favorito entre escritores y pintores,  como “un libro de disparates”. Y en una de sus últimas entrevistas, al preguntarle sobre qué le ha enseñado la vida, cómo se debe vivir, ella contesta a los jóvenes: “ser valientes…poseer el don de amar y un buen sentido de humor”.

Entre los humoristas en lengua inglesa que más le agradan, cita a Mark Twain.

“Pero, en realidad, todos los escritores que admiro suelen poseer una vena cómica…una constante en todos los escritores de cuentos”. De su enumeración, forman parte: E.T.A. Hoffman, H.C. Andersen, Barbey  D´Aurevilly, F. de la Motte Fouqué, A. von Chamisso, Turguénev Hemingway, Maupassant, Stendhal, Chéjov, Conrad, Voltaire…

“Sartre y su generación no saben reír…Voltaire, por el contrario…¡él sí que sabía!- le dice al periodista de Le Figaro Littéraire el 8 de julio de 1961.

Rungstedlund, lugar de nacimiento y muerte


Es una hacienda situada en la carretera costera de Strandvejen, a medio camino entre Copenhague y Elsinor. “Vivo a orillas del Mar del Norte [Oresund]”. Su padre la compró en 1879.

“El antiguo hogar de mi infancia, donde antaño escribió Johannes Ewald y también mi padre, encarnando al cazador Boganis…Es una especie de granja”. 

Ewald, dramaturgo y poeta danés (1743-1781), el primero en usar la temática de  las sagas y la mitología escandinavas en sus poemas, pasó allí una convalecencia de 1773 a 1775.

La mitología nórdica, que Karen considera superior, “en grandeza moral”, a la de Grecia y Roma, constituirá una parte muy importante de su formación. Su hermano Thomas escribe: “Durante años, Tanne, Elle y yo estudiamos las viejas sagas de Islandia y Noruega”. Recuerda a su madre leyéndoles La Saga de Nial y considera la primera obra de Tanne, escrita sobre 1905, la obra no traducida al inglés Grjotgard Aalveson y Aud, inspirada por las sagas islandesas.

Su casa natal de Rungstenlund abrió sus puertas al público en 1991 convertida en la Casa Museo de Karen Blixen (Karen Blixen Museet, http://blixen.dk/ ).

Su padre, Wilhelm Dinesen (1845-1895)

Siempre sentirá su orfandad; es la primera de sus “pérdidas”. Fue teniente del ejército danés; luchó en la guerra franco-prusiana de 1870. Presenció en París la derrota de la Comuna y, en 1873-1874 se ganó la vida como cazador en Wisconsin, USA, donde recibió el apodo de Boganis (Avellanas) por los indios Chippewa. “Construyó su propia cabaña [Thoreau había publicado Walden en 1854], a la que bautizó con el nombre de Frydenlund, La arboleda feliz. Se dedicaba a la caza para obtener pieles con las que después comerciaría. Los indios eran sus principales compradores”. Usando Boganis como seudónimo, publica Cartas de caza en 1889 y 1892. Antes, aprovechando sus diarios de cuando era teniente, escribe De la 8ª Brigada, y París bajo la Comuna, basado también en su experiencia personal.


La conocida como “casa de troncos de Dinesen”  en Wisconsin consta en el Registro Nacional de Propiedades Históricas desde 2005 y, tras sufrir una completa restauración, se abrió al público en 2010.

Su relación con Thomas, su hermano pequeño

“Desde que tenía doce años, la influencia de mi hermana adquirió una creciente importancia…Muy pronto, Tanne comenzó a introducirme en la literatura mundial; le gustaba leerme fragmentos de Shakespeare, Ibsen y Turgenev. Skipper Worse [de Alexander Kielland] fue un regalo de Tanne y, probablemente, fue el primer clásico que leí, junto con algunos relatos cortos de Hamsun. El mejor regalo de Navidad que haya recibido jamás fue Huckleberry Finn…Mis primerísimas impresiones de las ideas de Tanne y sus puntos de vista sobre la vida las recibí mientras nos sentábamos en la terraza en verano o cerca de la estufa en invierno, ya entrada la noche, cuando el resto de la casa se había ido a dormir”.

A su vez, Karen en una carta a su tía Bess se refiere a un episodio de su juventud en relación al crítico literario Georg Brandes: “Fue él quien me reveló la literatura. Mi primer entusiasmo por los libros: Shakespeare, Shelley, Heine, lo recibí de él”. Más bien, de sus libros, pues nunca  llegó a conocerle directamente.

Su relación con Bror, su marido. “Entonces, lo que me apetecía era viajar”.

En septiembre de 1951, Karen le cuenta al profesor Elling cómo fue la historia de su matrimonio: “Bror y yo habíamos sido buenos camaradas a lo largo de los años y pertenecíamos al mismo set de la juventud danesa; llevábamos un año hablando de casarnos, pero yo no quería vivir en Escania, que, para mí, es el lugar más provinciano del mundo. Cuando nuestro tío común, Mogens Frijs, regresó de su primera expedición de caza en África y habló entusiasmado de aquellas tierras, le dije a Bror que me casaría con él si vendía su hacienda y nos íbamos al África Oriental Británica…”.

Sus respectivas familias y amistades no estaban precisamente encantadas con la idea. “Mi suegro estaba desesperado ante la perspectiva de perder a su hijo favorito, y todo nuestro círculo de amistades nos llamaba salvajes”.

Cuando Bror muere en accidente de tráfico en su Escania natal, en 1946, (estaban divorciados desde 1925), le escribe a Sophie Bernstoff-Gyldensteen: “No fueron sus grandes defectos los responsables de que no pudiera seguir con él, sino las mentirijillas cotidianas con las que me fastidiaba: pedía dinero a mis negros prometiéndoles que yo se lo devolvería; les hacía montar guardia cuando yo iba a volver a casa para que no le pillara en alguno de sus devaneos; hipotecaba mis bienes o me metía en empresas que tenían alguna cláusula que me mantenía oculta y que acababa convirtiéndolo todo en un puro timo. Con esas cosas, mi vida se convirtió en un desbarajuste y un absurdo tales que muchas veces tenía la sensación de estar a punto de asfixiarme”.

En una carta a su hermano Thomas en abril de 1924, le dice: “Estoy escribiendo una monografía sobre el matrimonio…Mi punto de vista es que “el matrimonio ha desaparecido”, solamente permanece el nombre…”. Para ella, características esenciales son: la lealtad, el altruismo y la belleza; estas deben formar parte de una buena educación sexual junto a la puramente fisiológica.

En una carta a su madre, en 1926, lo resume con una frase de Huxley, “el amor de los paralelos”, que ella explica así: “Uno no se convierte en “parte” del otro, en “devoto “ del otro…”.

Denys Finch-Hatton, “la persona ideal para mí”.

Presentados en el club de campo Muthaiga de Nairobi el 5 de abril de 1918, en una carta a Tommy el 7 de noviembre de 1918, Karen le escribe: “Si vas a Francia como piloto, entonces, es posible que encuentres a una persona llamada Denys Finch-Hatton, que también es piloto en el frente francés, y eso me encantaría. A mi edad [tenía 33 años] he tenido la suerte de encontrar la persona ideal para mí, y sería magnífico que os pudierais conocer”.

Se conocen cuando Thomas va a Kenia a ayudar a su hermana con la granja en 1920.

“Dennys Finch-Hatton fue el único amigo que significó algo importante en su vida, y a quien tuve la oportunidad de apreciar en su valía, aunque solo venía de cuando en cuando para unos pocos días de visita”- cuenta Thomas.

“Estoy esperando a Denys, quizás hoy; en cualquier caso, esta semana y, como sabes, la muerte no importa nada, el invierno no existe…”- le escribe Karen a su hermano el 19 de agosto de 1923.

“Que una persona como Denys exista…y que haya sido tan feliz al encontrarle durante mi vida…compensa cualquier otra cosa sobre la tierra…”.


viernes, 18 de octubre de 2013

ALICE MUNRO: LA VIDA, UN EJERCICIO DE OBSERVACIÓN


En la parte final de Mi vida querida (2012) y en algunos relatos de La vista desde Castle Rock (2006), dos de sus últimas obras antes de que decidiera dejar de escribir el año pasado (“Cuando tienes mi edad ya no quieres estar sola tanto tiempo como tiene que estarlo un escritor…Me olvido de nombres o palabras de manera habitual”), hace mención a varios episodios familiares.

“Explorar mi propia vida…Me situaba en el centro de ella y escribía sobre esa identidad, de forma tan escrutadora como me era posible”.

El último párrafo del último relato que quizá haya escrito, dice así: “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos hijas pequeñas, y a nadie en Vancouver con quien dejarlas. No estábamos para gastar dinero en viajes, y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque, ¿por qué achacárselo a él, de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y, sin embargo, lo hacemos; lo hacemos a todas horas”.

Alice Munro aprovechaba la siesta de sus hijas para escribir en el cuarto de la plancha. “El cuento estaba determinado por el largo de las siestas de mis hijas”.

En su familia ya había escritores: “Mis antepasados llevaban diarios de viaje”. Su padre, al envejecer, “empezó a escribir sus reminiscencias”. (Además, concluyó una novela sobre la vida de los pioneros, titulada Los Macgregor).También eran grandes lectores. “Mi abuelo era un granjero eficaz, un excelente administrador, pero el objetivo de su administración no era ganar más dinero: era disponer de más tiempo de ocio para la lectura”. “Mi padre había leído muchos libros, libros que encontró en casa y en la biblioteca de Blyth y en la biblioteca de catequesis. Había leído libros de Fenimore Cooper…”.

Su biblioteca personal


A través de los relatos, accedemos a su itinerario de lectura. “Los libros que me gustaban: Ana deTejas Verdes o Pat de Silver Bush”. Más tarde, “me sentaba con los pies metidos en el calientaplatos y leía las gruesas novelas que sacaba de la biblioteca municipal: Gente independiente [de Halldor Laxness]…En busca del tiempo perdido o La montaña mágica.

En su casa, ya había leído todas las novelas de la estantería. “No había muchas: Bajo el ardiente sol [de Marguerite Steen, 1941], Lo que el viento se llevó, La túnica sagrada, Descanse en paz; Hijo mío, hijo mío [de Howard Spring, 1938], Cumbres borrascosas, Los últimos días de Pompeya”.


En un verano en que trabajó como “ayuda doméstica”, el señor de la casa le regaló al irse Siete cuentos góticos [de Karen Blixen, 1934]. “Tuve la convicción de que ese regalo siempre había sido mío”. Uno  de los matrimonios que asisten a una fiesta, los Hammond, le recuerdan a The Hucksters [de Frederic Wakeman, 1946]: “gente que bebía mucho, tenía aventuras amorosas e iba al psiquiatra”.


Mientras recoge en los baúles lo que se va a llevar cuando se case, sigue leyendo: “Leí los relatos de A.E. Coppard…Y leí una novela corta de John Galsworthy [Bajo el manzano, 1916]…”.


Una de las últimas veces que vuelve a casa de su padre, ya mayor, recuerda la novela Maria Chapdelaine [de Louis Hémon, 1913].


Sobre sus influencias a la hora de escribir -Alice dice “conexiones personales”-, ella empieza por Eudora Welty. “También amo a Katherine Anne Porter… y a Katherine Mansfield, una de mis escritoras favoritas, una inspiración”.

En una ocasión en que le preguntan por autores españoles y latinoamericanos, responde: “Conozco y he leído bien a Borges…También al español Javier Marías…me gusta su forma de escribir fría. Conozco mucho a Alberto Manguel y he leído a Vargas Llosa y García Márquez. Pero de todos los países latinos, el que más me fascina es Brasil. Amo a Elizabeth Bishop, una escritora estadounidense, que vivió durante su infancia en Canadá y escribió sobre Brasil…”.

Entusiasta de la naturaleza, “en secreto”

Munroe cuenta que, en su sociedad granjera y ocupada, ciertas cosas se veían como extrañas, casi un lujo, o una excentricidad. “Se consideraba que la gente que admiraba abiertamente la naturaleza – o que incluso llegaban al punto de usar esa palabra, “naturaleza”- estaba un poco mal de la cabeza…No se fomentaba el interés en conocimientos no prácticos de ninguna clase…Nadie esperaba que el esparcimiento formase parte de la vida en el campo de manera regular”.

“Ese sentimiento, al principio, partió de los libros…de los cuentos para niñas de L[ucy].M[aud]. Montgomery…Más tarde, se fundió con otra pasión privada, que era la poesía”.

Para ella es algo tan “definitivo” que forma parte sustancial de sus relatos.
“En mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, [Gerald Fremlin, su segundo marido desde 1976] que es geólogo y geógrafo, identificando cosas del paisaje…Mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la escritura”…Mi paisaje preferido es la morrena con kames…Las morrenas con kames son todas irregulares y caóticas, impredecibles, con un aire de azar y secretos”.

La vida, un ejercicio de observación

No faltan en estos relatos autobiográficos “de sentimiento” referencias a ella misma y a su carácter.

Refiriéndose a su formación y a su manera de ser, ha dicho: “Me educaron para creer que lo peor que podía hacer era llamar la atención sobre mí, o pensar que era inteligente o brillante…Destacar no era una buena idea”.

Con su padre, reconoce compartir “la costumbre – no muy digna de elogio- de decir a la gente más o menos lo que creemos que le gustaría oír”.

Modesta, cuando ya es una mujer de fama mundial, confiesa en una entrevista: “No soy realmente una intelectual. Era una buena ama de casa (durante 30 años cocinó para su familia), pero no algo tan grande”. En 1961, en un diario de Vancuver, el titular que la presentaba como escritora era: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”.

Al escribir, es consciente de lo difícil  y lo complejo que es retratar  a un ser humano. “Cuando uno escribe sobre personas reales, siempre se encuentra con contradicciones”. (Relato Trabajar para ganarse la vida, de La vista desde Castle Rock).

Y, sin embargo, a pesar de su seriedad, también hay lugar en su vida para el ocio y la frivolidad. Sus “placeres secretos”: la ropa y salir de shopping, mirar escaparates. “Cuando nadie me mira, devoro el “Vogue”…



sábado, 5 de octubre de 2013

CASA JOHNSTONE, UN HOTEL EN LA COSTA BRAVA, 1934-1939


Estaba en Tossa de Mar, el “Paraíso azul” de Chagall, 11 habitaciones en una población de unos 1.400 habitantes en 1934.

“Casa Johnstone está situada en la cara sur de una montaña con vistas al mar, al pueblo y a las montañas circundantes”-contesta Nancy a las preguntas de una posible clienta.

En el folleto promocional de 1934, se lee:

“Está construida en una colina y rodeada de higueras, alcornoques y viñedos que forman parte de la propiedad…La pensión completa cuesta 13 pesetas al día. Incluye la habitación, el desayuno continental con fruta, la comida y la cena de cinco platos y el vino…Los únicos “extra” que cobramos aparte son la bañera (una peseta) y el té de media tarde”.

“Ha sido diseñada por Herr Fritz Marcus, el conocido arquitecto berlinés…Las paredes son blancas, los suelos de baldosas. Los muebles son de madera sin pulimentar…”.

“Hay tumbonas en dos pisos…Radio y gramófono. Mesa de ping-pong…Se pueden alquilar barcas de pesca…Hay un laboratorio para revelar fotos…”.

“Sin ruidos. Sin formalidades”. [Del folleto sobre Casa Johnstone en 1934].

En la primera parte, Nancy relata: “No teníamos experiencia, ni formación para los negocios, ni apenas conocimientos de español [ella aprenderá catalán y su marido, Archie, castellano] y dinero teníamos poco…”. En el segundo libro cuenta que el terreno y el hotel les costó, antes de la guerra, “unas 50.000 pesetas”, 300 euros de hoy.

Pero lo ponen en marcha y desde el principio es un éxito…

“El otoño parecía ser la estación predilecta de los pintores. Llegamos a tener ocho a la vez…También teníamos arquitectos”.

“…en el bar de Marcus [Fritz Marcus, arquitecto de su hotel] había momentos geniales. Por ejemplo, cuando uno se sentaba con Zügel, Masson, Petersen o Matisse…Ralph Bates o A.J. Cronin…Allí se mezclaban los del pueblo y los turistas”.

En la primera edición de la británica Faber & Faber, en 1937, con una ilustración de la autora en la portada, se publicitaba: “La historia de la Casa Johnstone cerca de Barcelona; por qué Nancy y Archie la construyeron, las dificultades que encontraron, la diversión que tuvieron y los amigos que hicieron”.


El libro, que fue calificado por George Orwell como “alegremente jocoso” en su segunda parte, Hotel in Flight, narra el periodo justo antes de la Guerra Civil española, y durante la guerra, contemplado por una extranjera desde una pequeña población en la costa catalana: en una especie de retaguardia y no en el centro del conflicto. Cómo sobreviven en el día a día (Cien maneras de guisar hojas de coliflor)  y cómo ayudan a los amigos; cómo viven las disensiones entre partidos y facciones (Capítulo Una guerra dentro de la guerra). Cómo deciden reconvertirlo en colonia infantil para niños refugiados durante la guerra y cómo trasladan a los niños a Francia cuando las tropas de Franco están a punto de llegar a Tossa.

Sincera, habla de las bondades y defectos de los catalanes y sus instituciones:

“La fiesta del peregrino de Tossa es la más bonita de todas…Lo que menos importa aquí son las creencias religiosas; es una fiesta tradicional y hasta el agnóstico más empedernido tiene a mucha honra llevar su vela”.

“Los catalanes, que a mí me parecían muchas veces egoístas y estrechos de miras…en trenes y tranvías atestados, o bajo las bombas, son los mejores. Nunca pierden los nervios, y tampoco el buen humor…”.

“El servicio de propaganda catalán era asombrosamente ineficiente. La tipografía y el diseño de sus publicaciones eran excelentes…, pero el contenido era deplorable”.

“Los catalanes tienen la peculiaridad de aborrecer que la gente se mate… La consigna de Tossa era: resistencia pasiva”.

Realiza constataciones: [Con la guerra] En los pueblos y ciudades se había creado una nueva administración. En lugar de los antiguos ayuntamientos, había ahora un comité de sindicatos y partidos políticos. En Barcelona cada organización tenía su sede central en algún gran hotel de la ciudad. Se las conocía por sus siglas, FAI, UGT, POUM…Los de la FAI, al principio, eran los más activos, al menos en nuestra zona”.

Y apunta sus estupefacciones: “Nunca he acabado de entender qué es exactamente un anarquista español”.

“Lo que nos pilló completamente por sorpresa fue que la prensa seria [británica] apoyara, tácitamente, un golpe de Estado militar”.

La gente del pueblo les preguntaba: “¿Verdad que Inglaterra la [la guerra] parará pronto?”.

Es crítica con su país: “En Inglaterra, la guerra de España no le importaba a nadie”.

Y narra la cotidianeidad en época de guerra: “Tuvimos que aprender a vivir en Tossa como los de Tossa…Decidimos pasarnos a la dieta catalana” (pan con tomate, setas del campo, escudella…todo en cocina de carbón). “Descubrimos lo que significa tener amigos en el pueblo: siempre nos guardaban patatas y huevos…”. Cuando tenían que hacer de anfitriones de alguien enviado por la Generalitat de Cataluña, ésta aportaba el arroz: “La masía Casa Blanca siempre tenía un par de conejos, Pérez hacía aparecer como de la manga un par de sepias, y nosotros teníamos patatas y aceite”.

Un día de diciembre de 1936

“Yo seguía escribiendo en la terraza. El nítido sol decembrino calentaba las espaldas encorvadas de los hombres que trabajaban en los huertos, allá abajo. Los pescadores enrollaban las redes de la sardina, y otras redes estaban extendidas como si hubieran echado un fino manto gris sobre la arena. Cada dos o tres pasos, acurrucada bajo un paraguas que parecía una enorme seta negra, había una abuela de Tossa zurciendo. Allá lejos, en el campo de fútbol, jugaban unos niños. En el río, las mujeres de Tossa hacían la colada y cotilleaban. Algunas que habían acabado subían por el monte al otro lado del pueblo, llevando sobre  la cabeza los cubos de madera llenos d eropa mojada, que pondrían a secar al sol radiante sobre matas de tomillo y espliego. Justo al pie de nuestra terraza, un hombre mondaba judías sacudiendo con dos palos las crujientes vainas secas. Sus golpes y los de las mujeres batiendo la ropa sonaban acompasadamente. De rato en rato se oía una explosión al otro lado del acantilado…-Eso son obuses”.

El proceso de escritura

“Empezar el libro fue fácil, pero terminarlo resultaba muy difícil por el hecho de que no tenía final…Como solo teníamos una máquina de escribir, normalmente yo escribía por las mañanas mientras Archie repasaba el capitulo anterior. Por la tarde,  [Walter] Leonard pasaba a máquina el capítulo repasado la víspera mientras yo daba por bueno el revisado por Archie para que Leonard lo pasara a máquina al día siguiente”.

“Solo se necesitan dos cosas para escribir un libro: sentarse a escribir y no romper lo que se escribe”.

 “Teníamos una regla: no dar crédito a ningún rumor que no comprobáramos nosotros mismos”.

El hotel como colonia infantil

En el invierno de 1938 “la escasez de alimentos se volvió alarmante…Lo único que teníamos eran hojas de coliflor”.

Para ayudar, y como alternativa a la no asistencia de turistas, idean convertir el hotel en una residencia para niños refugiados y se ponen en contacto con una organización  internacional.
Pensaban en alojar a 45 niños y niñas entre los 8 y los 14 años, pero la realidad fue otra: Entre los primeros nueve refugiados, procedentes de Aragón, había de 4, 5 y de 7 años (Luego llegaría Justico, de tres años y medio). “El primer problema era el de la ropa” (colchas, toallas, la ropa de verano de ella y los pantalones viejos de Archie se convirtieron rápidamente en prendas para los niños). “Acabaríamos cuidando de 28 niños españoles…A falta de maestros que les dieran clase, debíamos inventar distracciones todos los días. Archie, además de gimnasia, impartía sesiones de “¿Y esto cómo funciona?...Fridela daba un cursillo de primeros auxilios…Procurábamos mantener unos horarios lo más regulares posible…Mis clases de dibujo y pintura eran un éxito…Por la tarde tocaba paseo…Hasta la hora de cenar organizábamos juegos…Los domingos organizábamos bailes en la terraza con la música del gramófono”.

“Hablábamos de todo, pero el tema preferido eran las aventuras que vivieron cuando tuvieron que marcharse de Aragón…Nunca se cansaban de hablar de sus casas…”.

En las cartas a las familias que les dictan los niños estos les cuentan a sus padres lo que comen. “En el diario que escribíamos (cada día le tocaba escribir a un niño) el tema central era el menú”.

Nancy está orgullosa de “sus” niños: “Siempre sabían cómo debían comportarse”. A los mayores deciden contarles siempre la verdad de la situación. Cuando huyen a Francia, cada uno mete sus cosas en una funda de almohada marcada con su nombre y lleva una manta enrollada sobre los hombros. Al llegar a Figueres, se instalan en el teatro Edison. Y gracias a Richard Rees, conductor de ambulancias, que los pasa en un camión de los cuáqueros, consiguen llegar a la frontera. “Nadie sabía muy bien qué había que hacer una vez que se entraba en Francia…No quería que acabaran en un campo de concentración”. Pero les mandan a Les Haras, en las afueras de Perpiñán. “A las mujeres y a los niños nos trataban bien…el trato que recibían los hombres era abominable”. Luego, los meten en un tren con destino incierto (más tarde, se enteraría de que fueron a Besançon, lugar cercano a la frontera suiza).

Archie y ella permanecen en Perpiñán trabajando para una organización humanitaria hasta que se les acaba el trabajo allí y embarcan con destino a México en julio de 1939, compartiendo la suerte de miles de exiliados españoles.

Marguerite Jellinek, una de sus huéspedes del hotel, les había escrito desde Ciudad de México: “A vosotros os encantaría esto…”.

Lo cierto es que Nancy es una “disfrutadora” allá donde va. Se adapta a las circunstancias y aprende de los locales sin por ello dejar de ser crítica con lo que ve y lo que cree mejorable.

Así lo cuenta en su siguiente libro, ya en México, Sombreros are Becoming, a donde llegan con apenas tres maletas, una vieja mochila y la máquina de escribir. Pero esa ya es otra historia…