lunes, 30 de enero de 2012

EL CEMENTERIO PROTESTANTE DE SANTANDER, UN RINCÓN APACIBLE

Reivindicación de la Asociación Mortera Verde desde 1996, a partir de 2004 consta con la categoría de Bien Inventariado, una de las tres categorías de protección del patrimonio cultural de Cantabria.

En 1993, la escritora e investigadora Matilde Camus publicó el libro Prolegómenos del Cementerio Protestante de Santander y su evolución histórica, donde recogía los documentos que antecedían y sucedían a la fecha de 1870 en que se terminan las obras del cementerio.
 
 
“Cementerio protestante inglés. Año 1864”

Esto dice la placa, a la derecha de la puerta de entrada en 2012. Según el libro de Matilde Camus, había muchos ingleses enterrados en el cementerio de San Fernando, sobre todo, pertenecientes a la Legión británica. Estos serán los primeros trasladados al cementerio protestante, en fosa común, bajo el monumento rodeado por cuatro anclas que está en el centro.
 
 
La escritura oficial del terreno adquirido es de 1868 y los Estatutos, de 1894. En ellos se establece la cuota de enterramiento, 10 libras o 250 pesetas. El costo del permiso para colocar placa, 5 libras o 125 pesetas, y el derecho de terreno, 1 libra, 25 pesetas. También las medidas, “el terreno no excederá de 9 pies cuadrados [unos 3 m2] y puede ser adquirido a perpetuidad por 250 pesetas, sin incluir derecho de permiso a la placa en tumba”. La remuneración del guardián del cementerio por cavar una tumba es de 12 pesetas. Se encargará también de segar la hierba.

En 1912 se realizan obras de mampostería ordinaria (muro de piedra caliza de 1´40 metros de altura y 0´50 metros de espesor) y de sillería (“dos pilastras con sus pináculos y batiente de sillería de Escobedo bien labradas”). Se dice que la puerta de entrada será de hierro.

El cementerio nace bajo el patronato de 4 consulados: Inglaterra, Alemania, Suecia y Noruega.

En 1976 -cuenta Matilde Camus- (suprimido el consulado británico en Santander en 1957, se hizo cargo el viceconsulado de Noruega hasta esa fecha) -como el secretario del Patronato es el cónsul de Alemania, será él quien se haga cargo de la administración del cementerio. Hans Roever Hille sigue ocupándose de ello en 2012.

Un remanso de paz

En enero de 2012 y, mientras se termina la rotonda que traerá más tráfico a la zona, el cementerio es un remanso de paz donde se oye el canto de los pájaros y, de vez en cuando, algún coche. La hiedra cubre los muros y, dentro del recinto, de 20 por 45 metros, conviven unas 20 cruces entre la hierba y las hojas secas, bajo plátanos, cipreses y una mimosa.

ALGUNAS CURIOSIDADES

El libro de registro

Entre el primer y el último enterramiento suman 128 personas. El primero, Jesse Stroud, inspector del ferrocarril, que muere de muerte natural en Reinosa a la edad de 44 años y es enterrado el 9 de abril de 1864. La última, en 1990, Magdalena d´Afne Lorch Racine, profesora de idiomas, que fallece a los 86 años.

Muchos constan como ahogados (drowned).

La primera mujer es Louisa Arnstead, británica de 32 años, casada, que muere en Reinosa y es enterrada el 10 de enero de 1865.

Las mujeres ostentan como profesión su estado civil: casada, viuda e incluso de una se dice “solterona” (spinster). No aparece el término “ama de casa” o “sus labores”. Hasta el último tercio del siglo XX no pueden leerse “modista”, en 1978, o “profesora de idiomas”, en 1990.

Entre los hombres, las profesiones son: marinero, contratista del ferrocarril, patrón, ingeniero, fogonero, oficial, comerciante, agente marítimo, ajustador, agente de banca, oficinista, propietario, arquitecto naval, carnicero, marino, fotógrafo, cocinero o  cirujano.

El lugar del fallecimiento es habitualmente Santander, aunque aparecen también Pontones, Cartes, Camargo o Astillero. Con el inicio del siglo XX, el lugar se concreta más. Así, Villa Juanita en la calle Perines; Ruamayor, 38; el Sanatorio La Alfonsina o la Casa de Salud Valdecilla.

En cuanto a la causa de la muerte, además de consignarse la de “muerte natural”, aparecen caídas, muerte accidental, gripe, fallo cardiaco seguido de apoplejía, tuberculosis, perforación de estómago, problemas intestinales, enfermedad del corazón, cirrosis, caquexia, un accidente en prisión e incluso un apuñalamiento.

Placas e inscripciones

Según recoge el libro de Camus, hay una en inglés, “Sophia, the dearly beloved wife of Fred Kidd WH departed this life on the 22nd day of SEP ber 1918”. Muere con 46 años en Astillero.

También aparecen los nombres de Aurora Fernández de Campano, fallecida en 1961,  y su hija, Carmen Campano Fernández, fallecida en 1978. Además, Marthe Agnes Lorch, fallecida en 1962, madre de Magdalena d´Afne Lorch Racine, quien muere en 1990.

Llegar

Los autobuses municipales 6 y 14 paran en Cardenal Herrera Oria, 12. La entrada está tras pasar el edificio de doce pisos en el nº 17 de Cardenal Herrera Oria. Un camino sube  a mano izquierda hasta darse con la puerta principal.

Otros cementerios protestantes en España

El cementerio inglés de Madrid, con entrada por el número 7 de la calle Comandante Fontanes (Metro Urgel) acoge un panteón perteneciente a la familia de banqueros Bauer, un monumento a la familia Parish, fundadores del circo Price, y tumbas de la familia Lhardy, fundadores del restaurante del mismo nombre, así como de los fundadores de la pastelería Embassy. 
 

Del de Málaga, escribió Andersen en su Viaje a España- el libro cumple 150 años en 2012: “Es un lugar delicioso…Me parece andar por un trozo de paraíso, por el más maravilloso de los jardines”. “Aquí quiero que me entierren en el caso de que muera en España”- escribe en su Diario. En él están enterrados el escritor británico Gerald Brenan o el escritor de la Generación del 27, Jorge Guillén.


 

domingo, 1 de enero de 2012

LITERATURA Y EDUCACIÓN AMBIENTAL: EL MEDIO AMBIENTE EN LOS LIBROS DE LECTURA

Con la educación ambiental (hoy, educación para el desarrollo sostenible), pasa como -dicen- en el amor y en la guerra: ¡Vale Todo!

Existen libros estupendos, tanto actuales como de siglos pasados que, sin pretenderlo, abordan temas ambientales. Estos son solo algunos ejemplos que se han instalado entre mis favoritos:

En el siglo XIX, encontramos un libro sorprendente de R.L. Stevenson (1850-1894), más conocido por la aventura de La isla del tesoro o la truculencia de Jeckyll y Hyde; se trata de Virginibus puerisque (A los muchachos y muchachas, en latín), un conjunto de ensayos entre los que brillan Defensa de los desocupados o Excursiones a pie.

Pero además, en 1880, durante su viaje de Nueva York a California en busca de su amada Fanny, escribe dos relatos. En uno de ellos, Los bosques y el Pacífico,  se refiere ya a los incendios como uno de los grandes peligros de California: “…no solamente se destruyen los bosques, sino que también peligran el clima y el suelo, y esos incendios evitan las lluvias del invierno siguiente y secan los manantiales perennes”. Y hace una comparación: “En su tiempo, California fue una tierra de promisión, como Palestina; pero si los bosques siguen consumiéndose de esa forma, puede llegar a convertirse, también como Palestina, en una tierra de desolación”.  

El escritor estuvo a punto de ser linchado por pirómano al tratar de hacer un experimento: “Quería asegurarme si era el musgo el que se inflamaba con tanta rapidez cuando la llama tocaba por primera vez el árbol”.  No se le ocurrió mejor idea que prender un pino cercano medio quemado…

Anterior es una joya del americano H.D. Thoreau (1817-1862), Pasear, un canto al arte de caminar, o sea, de pasear tranquilamente. “Me alegra ver que el ser humano y sus asuntos, la Iglesia, el Estado y la escuela, el tráfico y el comercio, la industria y la agricultura, y hasta la política -lo más alarmante de todo- ocupan tan poco espacio en el paisaje” -escribirá.


El paseo es algo terapéutico que ayuda a vivir: “Si no pasara al menos cuatro horas al día…errando por los bosques, las montañas y los campos, absolutamente libre de todo compromiso mundano, creo que no podría conservar la salud ni el ánimo”. Es consciente de que en la Naturaleza están muchos de los remedios para curar nuestras enfermedades: “Los tónicos y las cortezas que animan a la Humanidad provienen del bosque y del monte…”.

A principios del siglo XX, la escritora anglonorteamericana Frances Hodgson Burnett, escribe El jardín secreto, la historia de tres niños, un jardín, y la estrecha relación entre mente, cuerpo y paisaje para recuperar la salud.


También en este siglo, El hombre que plantaba árboles, del francés Jean Giono (1895-1971), es un canto poético de lo que un hombre solo puede hacer con constancia y perseverancia. La historia de Elzéard Bouffier, un pastor imaginario que durante muchos años se dedicó a plantar árboles en una extensa zona de Provenza, convirtiendo en una zona llena de vida y frescura lo que antes era un erial. “El pastor fue a por un saquito y vertió un montón de bellotas sobre la mesa. Comenzó a inspeccionarlas, una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas…Tras separar una cantidad suficiente de bellotas buenas, las fue contando por decenas, al tiempo que eliminaba las más pequeñas o las que presentaban alguna grieta… Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, puso fin a la labor y se acostó”.


Pero, además, se ha escrito sobre problemas ambientales desde el relato o la novela, muchos de ellos, en colecciones juveniles: El camello de hojalata, del palestino Ghazi Abdel-Qadir, cuenta -casi como una parábola o un relato de Las mil y una noches, interrumpido y reiniciado día a día-, el problema del agua, cómo nos afecta a todos y cómo lo que uno haga repercute en los demás,  a través de la historia de dos tribus que se dejan cegar por la codicia.


El soriano Avelino Hernández ha escrito sobre los pueblos abandonados en La sierra del Alba, y sobre la Historia de San Kildán, un archipiélago al norte de Escocia donde vivía un pueblo de origen celta que, en 1930, fue evacuado hacia la metrópoli al terminar -ellos mismos- con su modelo de vida sostenible.

 

También están las memorias de Forrest Carter, “Pequeño Árbol”, que, huérfano de padre y madre, a los cinco años se va a vivir con  sus abuelos cheroquis a las montañas de Tennesse. La estrella de los cheroquis, (La educación de Pequeño Arbol, en el título original), narra sus vivencias en contacto con la naturaleza y con la sabiduría de sus antepasados.


El camino, de Miguel Delibes que, aunque tiene más de cincuenta años a sus espaldas, aún nos conmueve con los pensamientos de Daniel el Mochuelo que cree que, a sus once años, ya sabe cuanto puede saber un hombre y que no desdeña ser un quesero como su padre: tener una pareja de vacas, un pequeño huerto y, los domingos, cazar, pescar o jugar  a los bolos- como ideal de vida.


APIA. VI CONGRESO NACIONAL DE PERIODISMO AMBIENTAL. Madrid, noviembre 2005.

BIBLIOGRAFÍA

- Virginibus puerisque. R.L. Stevenson. Alianza Editorial.
- De praderas y bosques. R.L. Stevenson. Península.
- Pasear. H.D. Thoreau. Olañeta.
- El jardín secreto. F.H. Burnett. Siruela.
- El hombre que plantaba árboles. J. Gino. Olañeta.
- El camello de hojalata. Ghazi Abdel-Qadir. Alfaguara.
- La sierra del Alba. A. Hernández. Edelvives.
- La historia de San Kildán. A. Hernández. Edelvives.
- La estrella de los cheroquis. Forrest Carter. SM. Gran Angular.
- El camino. M. Delibes. Destino.